La víctima de este mal se siente, de manera regular, perseguida o vigilada y piensa que es blanco de críticas y de chismes a sus espaldas
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El Universal
Domingo 02 de noviembre de 2008
En su libro Paranoia: el temor del siglo XXI, Daniel Freeman, del Instituto de Siquiatría del King's College de Londres, sostiene que las personas son, cada vez con más frecuencia, víctimas de la paranoia, a la que define como el temor exagerado o infundado de que alguien trata, deliberadamente, de hacerles daño. "Por ejemplo, pensar en que los demás intentan irritarnos, angustiarnos o propagar rumores maliciosos sobre nosotros o incluso dañarnos físicamente", dice el siquiatra.
Ahora parece que esa enfermedad, caracterizada por la presencia de una idea delirante, que está por fuera de la realidad pero elaborada de una forma lógica a partir de una premisa falsa, ha aumentado.
Las causas parecen relacionarse no solo con el incremento de la población; también con el aislamiento a que se ven sometidos muchos con las grandes diferencias sociales y con la urbanización.
Freeman insiste en que la difusión de noticias y el énfasis que ponen los medios en asesinatos, secuestros, robos, corrupción y terrorismo aumentan la sensación de peligro, aun cuando las estadísticas demuestran, por ejemplo, que los más grandes asesinos de la humanidad son enfermedades -como las cardiovasculares, el sida, el cáncer, el tabaquismo y las infecciones- y los accidentes de tránsito.
De acuerdo con el psiquiatra, esta excesiva cobertura crea percepciones incorrectas en el juicio de la gente.
"No dejamos que nuestros hijos jueguen en la calle, sospechamos de los extraños y de las cámaras de vigilancia", concluye Freeman.
Las ideas paranoides (que aparecen con más frecuencia después de los 30 años) se pueden clasificar en varios tipos:
Persecutoria. Es la típica historia que una persona teje poco a poco en torno de una persecución; llega a ser tan creíble, que puede incluso confrontar a quienes considera sus perseguidores. Por lo general no son agresivos, pero pueden generar conductas graves en 'legítima defensa'.
Celotípico. Los afectados padecen más que de celos normales; los suyos, son ideas irracionales de engaño e incluso tienen pruebas solo reales para ellos. Pueden ser agresivos y de mal genio.
Erotomaníaco. Es la convicción delirante y persistente de ser amado por una o por varias personas. Casi siempre son mujeres, que creen recibir señales del objeto amoroso, por lo general de mayor estatus socioeconómico.
Megalomaníaco. Es la creencia de ser superior a los demás. Muchas veces en los líderes de grupos o sectas se encuentra este delirio.
Somático o hipocondríaco. La persona tiene certeza de sufrir una enfermedad grave, que los médicos desconocen o que no saben buscar.
Se han visto casos de personas con rasgos paranoides que, en algunas ocasiones, funcionan como procesos adaptativos, es decir, que están atentos a peligros externos reales, lo cual puede traer beneficios a la vida diaria.
Sin embargo, cuando es una conducta duradera, genera problemas su familiares. Hasta ahora el tratamiento es difícil. Los afectados poco consultan y cuesta mucho trabajo convencerlos de que sus creencias son erróneas.
'Ir a trabajar era una pesadilla'
"Hace un año empecé a trabajar en el área de archivo de una universidad. La mayoría de quienes trabajan allí, casi todas mujeres, llevan mucho tiempo. Me sentí rara, pues pensaba que no encajaba por ser la más joven y la única con carrera universitaria completa (como que eso les chocaba) y porque no me incluían en conversaciones ni en planes, relata Sandra M. de 29 años.
"A veces sentía que se ponían de acuerdo para hacerme sentir mal o para aumentarme el trabajo. Con tanta carga me equivocaba y me demoraba. Al final quedaba como la mala trabajadora.
"Empecé a pensar que lo hacían en forma intencionada: sentía que hablaban de mí, que estaban pendientes de que cometiera errores para contarle al jefe, e incluso un día creí que habían forzado mi casillero. Me puse a la defensiva y empecé a pelear. Trabajar se volvió una pesadilla.
"Al tercer mes fui donde mi jefe y le dije que me sentía perseguida; él insistió en que eran impresiones mías y yo le dije que, aunque no eran tangibles, tenía pruebas. A fin de mes, me dijo que no había pasado el periodo de prueba. Lo que más me dolió fue que me recomendó ir a un psicólogo, En medio del llanto le conté a mi esposo (a quien conocí en la U.) y, para mi sorpresa, él estuvo de acuerdo. Me hizo caer en la cuenta de que también tuve una actitud ultradesconfiada durante la carrera. El siquiatra me dijo que yo era paranoica. He hecho terapia; creo que solo ser consciente de eso me ha ayudado a mejorar".
Texto de Rodrigo Nel Córdoba, siquiatra de la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas, Asociación Colombiana de Siquiatria
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