Columan de Alfredo Jalife Rahme aparecida en La Jornada.
Domingo 15 de Noviembre, 2009.
No fue tan sencillo descuartizar a Brasil como al México neoliberal” arrumbado deliberadamente en “Estado fallido” y a quien, desde la década de los 1970, Zbigniew Brzezinski (anterior consejero de seguridad nacional estadunidense) maldijo con el anatema de su proyecto de “la era tecnotrónica” de que “Estados Unidos no deseaba tener” el equivalente de “un Japón en su frontera”.
Que luego la kakistocracia (“el gobierno de los peores”) neoliberal local haya contribuido en la destecnificación y destecnologización de México, es la consecuencia de una decisión estratégica tomada en Washington y a la que los presidentes neoliberales “mexicanos” se acoplaron a la perfección desde hace 27 años.
El mismo Richard Nixon reconocía –en la etapa prefinancierista en la que luego sucumbió el propio Estados Unidos al pasar bajo el control de la banca israelí-anglosajona, cuya plutocracia aspira a imponer, de su propia confesión, “un gobierno mundial” (ver Bajo a Lupa, 1º y 4/11/09)– que “Latinoamérica seguiría el rumbo de Brasil”.
Antes y después de la construcción del muro ignominioso en la librecambista transfrontera neoliberal (que hizo explotar el narcotráfico y su blanqueo bancario), Washington no da(ba) un cacahuate por México, pero entendía que Brasil era un caso aparte del que llamaba la atención su prolongado letargo.
A Brasil le deseaban las peores intenciones tanto Rudiger Dornbusch (el charlatán operador germano-estadunidense del FMI y “profesor” de los “mexicanos” Luis Téllez Kuenzler y Pedro Aspe Armella en el MIT) como el megaespeculador con disfraz de “filántropo”, George Soros, quienes consiguieron transitoriamente por la vía financiera someter a la nueva potencia emergente sudamericana a los dictados de la anglósfera.
Tanto el éxito (el caso de Brasil con Lula) como el fracaso (el caso del “México neoliberal”: la antimateria del gigante sudamericano) de los países es multidimensional, pero existen coyunturas (fin del orden unipolar dolarcéntrico), personalidades (no es lo mismo la orquestación sinfónica multipolar de Lula que la insoportable cacofonía de Calderón, súbdito de la caduca unipolaridad) y detonantes (el disparo del precio de las materias primas, a partir de la primavera de 2004, de los dos binomios estratégicos: petróleo-gas y oro-plata).
La entrevista de The Financial Times (8/11/09), realizada por Lionel Barber y Jonathan Wheatley, al presidente Lula arroja mucha luz cuando los parámetros financieros y económicos de Brasil van viento en popa en medio de la crisis global: la revaluación de su divisa, el real, mayor a 36 por ciento frente al dólar en lo que va del año, al unísono de un aumento descomunal de 136 por ciento en la bolsa, y la masiva entrada de capitales golondrinos que obligaron a imponer un impuesto de 2 por ciento a su ingreso desregulado.
Lula narra cómo dislocó al ex director del FMI, el español Rodrigo Rato, cuando dio por terminada su relación bilateral. Ahora, sin la férula del FMI, se da el lujo de prever un crecimiento de 5 por ciento el año entrante y una acumulación de reservas por 300 mil millones.
Los entrevistadores británicos Barber y Wheatley, de excesiva deformación financierista y fiscalista, ponen en relieve “los programas de transferencia de ingresos que han llevado a millones de personas al mercado de consumo. En el espesor de la crisis, el gobierno preservó las ventas con recortes de impuestos a los carros, bienes domésticos electrónicos y materiales de construcción”.
Tras mil piruetas, Barber y Wheatley confiesan (como si no lo supiéramos) que la “recuperación” de Brasil “debe mucho (¡extrasupersic!) al auge de las materias primas”.
Entre los logros adicionales de Lula se encuentra la Bolsa Familia que “a un costo menor a uno por ciento del PIB alcanza a 11 millones de familias”, en particular, a las madres pobres, para “mantener a su hijos en las escuelas y asegurar su cuidado médico”.
Los entrevistadores neoliberales destacan el “orgullo” de Lula de “haber logrado que 30 millones hayan salido de la pobreza y otros 20 millones se hayan juntado a la clase media en los pasados cinco años”. ¿Por qué no nos prestan los brasileños a Lula para gobernar a México unos seis años?
El ascenso de Lula, arquetipo de la cultura del esfuerzo, es admirable desde bolero, pasando por obrero metalúrgico, hasta fundador del Partido del Trabajo: “su experiencia como negociador sindical lo convirtió en un político talentoso, así como en el presidente más popular en la historia de Brasil”.
Los entrevistadores británicos (no olvidar: empleados del rotativo portavoz del modelo neoliberal, benéfico para Gran Bretaña, pero depredador para los demás) enloquecen de fascinación con el entreguista Fernando Henrique Cardoso, a quien Lula critica elegantemente, sin citarlo, que “gobernó para solamente 40 millones de brasileños”(el 20 por ciento de la población) y se olvidó de los restantes 150 millones; curioso: la Ley de Parito aplicada por Cardoso a la plutocracia beneficiada.
Al final de su segundo mandato, según los entrevistadores neoliberales, existen “algunos (sic) críticos que detectan (sic) señales que Lula haya regresado a sus instintos izquierdistas” en referencia a la estatización a 100 por ciento de los pletóricos yacimientos petroleros en el océano Atlántico, así como “las presiones recientes sobre Vale do Rio Doce, la minera gigante privatizada” (por Cardoso; but of course and curse!)” para ajustar sus planes de inversiones a conveniencia de la política gubernamental que ha creado alarma (sic) en algunos sectores”. ¿Cuales “sectores” que no sean las trasnacionales anglosajonas depredadoras y sus palafreneros locales?
Lula replica que “la acostumbrada discusión sobre el papel del Estado concluyó como resultado de la crisis global” cuando los “mercados” desfondados fueron rescatados por el “Estado”. Se pronuncia por la economía mixta con regulación estatal y lanza sus mejores dardos contra la banca de Wall Street.
En la luminosa etapa de Lula, las relaciones de Brasil, miembro del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), han sido inteligentemente multipolares y, además de sus relaciones “tradicionales” con Estados Unidos y Europa, “ha diversificado su comercio y sus lazos con otras partes del mundo como Asia, Medio Oriente y África. China se ha convertido en su principal socio comercial”.
Muy limitados intelectualmente los entrevistadores neoliberales británicos entonan sin ton ni son la palabra “milagro” para referirse a las hazañas de Brasil, en la etapa de Lula y en el contexto del nuevo orden multipolar, cuando en realidad el gigante sudamericano por fin despertó de su letargo y encontró su normalidad anhelada con una calidad geopolítica insuperable: su lejanía geográfica con EU.
A diferencia de México, “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, como tuvo razón en vaticinar Porfirio Díaz, Brasil se encuentra lejos de Estados Unidos y más cerca de Dios, a grado tal que ahora pretenden que el Todopoderoso sea brasileño.
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