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El derrame petrolero
María Fernanda Campa Uranga
geoatea@hotmail.com
En la madrugada del 20 de abril, ya hace tres meses, se produjo una explosión en un pozo petrolero localizado frente a las costas de Nueva Orleans, cuya perforación transcurría en cerca de 1,700 metros de aguas hasta el fondo marino y cerca de 5,500 metros hasta el yacimiento. Es el desastre petrolero mayor de la historia.
El incendio explosivo en el que murieron de inmediato 11 de los 126 trabajadores de la plataforma de perforación, fue la culminación de una serie de errores en la terminación del pozo por parte de las empresas privadas: British Petroleum (BP), Transocean y Halliburton, que reaccionaron descoordinadamente como suele suceder entre contratistas privados con diversos intereses.
El proceso de cementación del pozo a cargo de la Halliburton, falló en el fondo, a pesar de lo cual, la BP ordenó que el lodo de perforación se extrajera, sin que el tapón del cementante funcionara ni las alarmas previas desconectadas en la plataforma por la Transoceanic, y ya sin la presión de fondo, entonces se produjo la fuga que hizo estallar el cabezal y colapsó las instalaciones de la plataforma.
Es necesario recordar la otra explosión del pozo exploratorio Ixtoc 1, el 3 de junio de 1979, al NW de Ciudad del Carmen, que duró cerca de nueve meses de fuga de cerca de 500 mil toneladas de petróleo vertidas a las aguas del Golfo de México. Los técnicos de Petróleos Mexicanos intentaron diversas tecnologías para controlarlo, sin que lo hayan logrado, hasta que se consumió la reserva del pozo. Todavía hoy en día, a 30 años del derrame, se observan efectos en las costas de México, en la extinción de bancos de ostras y los microambientes de manglares y aguas salobres, que han retenido petróleo indefinidamente.
En las lagunas costeras de Tabasco, como la laguna del Carmen, se han sumado uno tras otro los malos manejos de los equipos de perforación e instalaciones petroleras, desde los grandes descubrimientos de los años 70 del siglo pasado, en que se cortó la barra e inmediatamente comenzó un proceso de salinización de las aguas lagunares con la consiguiente muerte de los bancos de ostras y manglares.
El derrame del pozo que ya abarca 1,500 kilómetros de costa de Estados Unidos es una catástrofe para la vida en las playas y en el plancton del Golfo de México, sin que haya nadie experto que pueda contestar, hasta qué punto en el largo plazo.
Como escribió Alejandro Nadal: "La ley federal norteamericana que limita la responsabilidad para reparación de daños de 75 millones de dólares ya no se aplica en caso de negligencia. BP va a tener dificultades en demostrar su inocencia", dado que en la plataforma Deepwater Horizon había una alarma general que fue desconectada, la cual advertía de escapes de gas peligroso en el aparejo y los sistemas automatizados de parada de emergencia para mantener el gas fuera de la sala de máquinas, según el testimonio de Mike Williams, jefe técnico de electrónica, que cerró con broche de oro: "Se nos dijo que ésta era la tecnología más sofisticada y que nada de lo que ocurrió debía suceder". Es lo mismo que dijeron los ingenieros nucleares después de Isla de Tres Millas y Chernobyl. Eso dirán los técnicos de las empresas transnacionales que producen y comercializan cultivos de organismos genéticamente modificados. Les acompañará el coro de burócratas cómplices que solaparon sus actos en el campo mexicano. Pero al igual que en el Golfo de México, las cicatrices ambientales durarán generaciones" (La Jornada, 2-VI-10).
Las investigaciones del Ixtoc se suspendieron en cuanto pasó la marea mediática. Las investigaciones iniciadas en junio pasado por el gobierno de Obama, en cuanto a negligencia criminal de la BP y socios, ya tienen un detractor en el primer ministro británico, que se comporta como socio defensor de la BP.
Sin embargo, en estos momentos, en los que los líderes políticos están tomando decisiones clave, las voces unidas de la comunidad internacional pueden ayudar a cambiar las políticas depredadoras ambientales. Hay diversas propuestas pidiendo a los gobiernos de Estados Unidos y de México, que detengan las perforaciones de petróleo en el Golfo de México, e inviertan más bien en las energías renovables, pues las corrientes marinas auguran una dispersión mayor de la contaminación. Mientras tanto, las ganancias de la industria petrolera continúan multiplicándose, como por ejemplo la BP, el operador contratista de la perforación derramada en el Golfo, ha duplicado sus ganancias en lo que va del año.
Llevamos décadas esperando que el gobierno estadunidense tome una iniciativa responsable para combatir el cambio climático. Pero el lobby de las energías contaminantes de Washington-Houston encabezado por las empresas petroleras transnacionales sigue controlando lo que ocurre en todo el planeta, y el resultado son más y más perforaciones en vez del uso de fuentes de energías seguras y limpias.
El modelo de crecimiento encabezado por la trilogía de empresas petroleras-automotrices-constructoras, se ha tornado en un verdadero lastre para el desarrollo sustentable. Son ellas quienes retrasan a su conveniencia las investigaciones de energías alternas no contaminantes, como la solar y eólica, así como construcciones ecológicas ahorradoras de energía.
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