Contradicciones israelíes
¿Antisemita, traidor o ambas cosas?
Ramzy Baroud
Counterpunch
Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
En un reciente artículo, el columnista Yaniv Halili describe al autor británico Ben White como “antisemita”. También denunció a la integrante árabe de la Knesset Hanin Zoabi por escribir un prólogo en el último libro de White Palestinians in Israel: Segregation, Discrimination and Democracy .
Aquéllos de nosotros que podemos ver a través de los pensamientos distorsionados sabemos que White es un escritor de principios que nunca ha mostrado ni una pizca de racismo en su trabajo. Zoabi es una líder muy conocida de los derechos civiles con una larga reputación de valentía y aplomo.
¿Cómo podrían luchadores antirracistas convertirse en blancos de la acusación de Halili y otros como él?
No hace falta decir que no debe haber espacio para un discurso racista –ya sea islamofobia, antisemitismo, o cualquier otro- en el movimiento de solidaridad con Palestina, cuyo objetivo es lograr la justicia negada durante tanto tiempo respecto a los derechos del pueblo palestino. Un discurso racista se basa en la supremacía racial, que es exactamente lo que los palestinos están resistiendo en Israel y en los territorios ocupados.
Sin embargo, el "Estado judío y democrático" de Israel está plagado de contradicciones, de esas que no hay narrativa honesta que pueda capturar.
Muchos académicos y grupos de derechos humanos han discutido de qué forma algunos valores irreconciliables definen el carácter mismo de Israel desde el inicio. Según Adalah (que significa "justicia" en árabe), el Centro Legal para los Derechos de las Minorías Árabes en Israel, "la Declaración de Independencia de Israel (1948) establece dos principios importantes para la comprensión de la situación jurídica de los ciudadanos palestinos de Israel. En primer lugar, la Declaración se refiere específicamente a Israel como "Estado judío" comprometido con el "crisol de las diásporas". (Segundo)... contiene sólo una referencia al mantenimiento de la plena igualdad de derechos políticos y sociales para todos sus ciudadanos, sin distinción de raza, religión o sexo”.
Adalah afirma además que existe una "tensión" entre los dos principios. Tal vez este es el caso, literalmente, pero en la práctica, la política israelí ha resuelto el aparente dilema ya que el carácter judío del Estado prevalece por encima de cualquier otra consideración humanitaria, democrática o jurídica. La legislación de exclusión racial chorrea de la Knesset israelí a una velocidad alarmante y se proponen constantemente leyes del mismo carácter. Estas incluyen una "que ponga fin a la posición de la lengua árabe como uno de los idiomas oficiales de Israel y otra que castiga a los ciudadanos israelíes, entre ellos los árabes israelíes, por negarse a prometer su lealtad a “Israel como Estado judío y democrático”, según la columnista Linda Heard (Arab News, 24 de enero).
En cuanto a los palestinos que viven en los territorios ocupados, su inferioridad política consagrada legalmente se ha hecho sentir de forma más sangrienta y, con frecuencia, con mucha más dureza que a sus hermanos que viven en Israel. Por casi cuatro décadas y media, los palestinos que viven en estos territorios han ido perdiendo sus tierras, sus medios de vida, la libertad de movimiento e incluso la propia vida en nombre de la superioridad racial de sus ocupantes. Los asentamientos judíos construidos ilegalmente en territorio palestino para albergar a los colonos judíos, que utilizan las carreteras sólo para judíos para viajar entre sus colonias fortificadas y el "Estado judío". Mientras que numerosos intelectuales, activistas y miembros ordinarios de las comunidades judías de todo el mundo han protestado enérgicamente por el trato de Israel a los palestinos, así como por el uso indebido de Israel de la religión judía para alcanzar objetivos políticos, Israel se basa en gran medida en el apoyo de las comunidades judías, organizaciones y particulares para los fondos vitales, el apoyo y la presión a política.
Mientras muchos judíos se identifican con Israel como el “Estado judío”, “más jóvenes judíos de EE.UU. son más propensos que sus padres a familiarizarse con los palestinos y su historia”, informó la revista Times el 29 de septiembre.
La narración del Times hace referencia a uno de esos jóvenes, Benjamín Resnick, de 27 años, quien condena el hecho de que el Estado judío y la democracia liberal estadounidense representan dos puntos de vista “irreconciliables". Por otro lado, él "sigue considerándose a sí mismo un sionista", que "cita la Torá en apoyo de su opinión de que los judíos estadounidenses deben presionar a Israel para que ponga fin a la expansión de asentamientos y facilite la creación de un Estado palestino”. Incluso la disidencia política de Resnick está plagada de inconsistencias, y su identidad nacional (como estadounidense) choca con la ideología (el sionismo) y la religión (la Torá), como medio de resolver la discordia.
Se pone en buen uso la Torá en repetidas ocasiones entre los principales y ardientes rabinos israelíes, cuyos edictos para matar a los árabes son comunes en los medios de comunicación israelíes (aunque rara vez se discute en EE.UU. en los medios de comunicación). El denominado Rey de la Torá -que cuenta con el apoyo de algunos rabinos israelíes prominentes- ha hecho que sea permisible matar a los palestinos de todas las edades, incluyendo a aquellos que no representan una amenaza. "Usted puede matar a aquéllos que no estén apoyando o alentando el asesinato con el fin de salvar las vidas de los judíos", se afirma en el capítulo quinto, titulado "El asesinato de los no judíos en tiempos de guerra”. La BBC conjetura que "en algún punto se sugiere que se puede matar justificadamente a los bebés que crecerán y serán" (19 de julio).
Esto resulta especialmente problemático cuando las rayas entre la política, la ideología y la religión se vuelven tan convenientemente borrosas. Los líderes israelíes y judíos extraen del texto correspondiente lo que les conviene y trazan las políticas adecuadas para continuar con la ocupación, la guerra y los asentamientos ilegales. Alan Dershowitz, un profesor de la Harvard Law School, pasó a representar el modelo más reciente. Su estilo carece de la diplomacia y la lógica, sin embargo, es eficaz en algunos círculos porque se centra en torno a la idea de difamar a quien se atreva a criticar a Israel. La gran tragedia es que Dershowitz dispone de estrados en las principales corrientes de derecha y en los medios de comunicación israelíes, dándole así a su campaña de desprestigio en los medios la oportunidad de convertir cualquier discusión genuina de Israel en un discurso controversial de odio.
Mientras a los críticos no judíos a menudo se les acusa de “antisemitas”, el juez Richard Goldstone, quien dirigió la investigación de la ONU de la guerra israelí contra Gaza, no fue solo mero anti-semita por haber llegado a la conclusión de que Israel y Hamás cometieron ambos potenciales crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Dershowitz dijo en la Radio del Ejército israelí que Goldstone es un “traidor al pueblo judío”. “El informe Goldstone es una difamación escrita por un hombre malo, un maligno”, dijo Dershowitz (Haaretz, 31 de octubre).
Mientras que los derechos palestinos y el establecimiento de su Estado se pueden definir bien –no hay muchos intelectuales honrados que puedan justificar la limpieza étnica, el apartheid y la defensa de la racionalización del asesinato-, profundizar en la identidad política de Israel y sus partidarios se convierte de inmediato en un asunto “polémico”. La “polémica” está incrustada en la elasticidad del propósito intelectual y político en el cual Israel se define, o se niega a definirse. Pretende ser judío y a la vez democrático. Se afirma que contiene los ideales religiosos pero también quiere ser laico. Se dice liberal, mientras oprime militarmente. Se dice que respeta la "igualdad" para todos, mientras lo racial es excluyente.
Y si te atreves a desafiar estas contradicciones irreconciliables, te llamarán antisemita, traidor, o ambas cosas a la vez.
R amzy Baroud es editor de PalestineChronicle.com y autor de The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’Struggle y My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story , (Pluto Press, London).
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/02/03/anti-semite-traitor-or-both/